Cándido susurro despiertas mi alma, adormecida en el tiempo, condenada a vagar en las tinieblas crepusculares de las pasiones eternas de los mortales. Candil que disipas la sombría oscuridad, que envuelve de entristecido desconsuelo, la sutil transparencia de mi alma abatida. Acongojados y tormentosos son mis delirios, que antaño cubrieron de inmortal atrevimiento mi cuerpo, y hoy yace sumergido en el flagelante sepulcro, frío y gélido, del perpetuo olvido. Erika.
miércoles, 23 de junio de 2010
La paz de un alma abatida.
Preguntas que resbalan sobre mí e intento retener casi ansiosa. Respuestas que procuro hallar en algún rincón de mi entendimiento o en mi visión de los hechos que parecen formarse y deformarse como ondas que flotan dentro del agua.
Preguntas, respuestas, sonidos que se escurren en la nada. Nunca la noche fue para mí tan silenciosa, tan tranquila, tan sencilla, una noche interminable en que la infelicidad crecía sobre el tiempo, acompañada por el mortal desconsuelo de la amargura y el desencanto de mi propia vida.
Yo quería recordar en qué momento, desde mi cama, observé por primera vez, consciente, los rasgos, los gestos, la cercanía de mi propia alma. La distinguí como un ser blanco, transparente, casi imperceptible que se desvanecía muy lentamente ante mis ojos desconfiados. Y por primera vez, luego de un prolongado tiempo, la vi sonreír.
Nada puede semejarse tanto a la sensación maravillosa de la luz, de la calidez, de la seguridad que brinda el resplandor de nuestra propia esencia, nuestra alma. Y así fue como esa rigidez que dejaba la espantosa noche, esa rigidez que estaba ahí, desde los miembros hasta la raíz del pensamiento y al acecho del corazón, que se defendía solo, como un pequeño animal, cedió al consuelo misterioso de una de las más perfectas sonrisas que yo hallé en la vida, la mía.
Para mí es menos complicado que muchas definiciones que se puedan encontrar. Nuestra alma es nuestra esencia, es lo que somos, es inmutable, está con nosotros siempre, nos acompaña en cada una de nuestras vidas. Para verla solo hace falta estar en armonía consigo mismo, con nuestro interior y lo que nos circunda; el cosmos, el universo y con el Ser Supremo, ser uno solo, con el todo y con la nada absoluta. Cuando por primera vez mis ojos se prendieron en aquella dulce sonrisa, con mis pupilas encadenadas a esa imagen, que se resistía a extinguirse, tuve la sensación inexpresable de haber descubierto mi propia esencia. Volviendo en los atardeceres que siguieron en su búsqueda, volví, porque estaba allí, dándole la paz a mi alma abatida.
Erika. Casablanca, 13 de Octubre del año 2007.
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